Desde hace unos años en el mundo científico se viene estudiando de manera mucho más acentuada nuestra microbiota y la relación que ésta tiene con nuestra salud y cada parte de nuestro organismo. Cada vez que se publica un nuevo estudio o revisión sobre la microbiota, se pone más aún de manifiesto la inter-relación existente entre el ecosistema de microorganismos que habitan en nosotros y cada uno de los órganos y sistemas que integran nuestro organismo. Ya se han descubierto relaciones directas entre el estado de nuestra microbiota y distintos estados patológicos, como patologías neurodegenerativas (Hirayama M et al 2021), autoinmunes (Xu Q et al 2021), reumáticas (Wang Y et al 2022), psiquiátricas (Le Morvan de Sequeira C et al 2022) entre otras muchas más.

Es evidente pues que en gran medida nuestro ecosistema microbiano va a influenciar y/o determinar el estado de salud que tengamos. En este artículo vamos a profundizar en dicha relación, poniendo de manifiesto la importante mutabilidad de la microbiota bajo estímulos distintos, dando a entender que es un ecosistema flexible metabólicamente hablando y éste hecho por tanto nos hará replantearnos el actual abordaje terapéutico sobre la microbiota intestinal. Así mismo profundizaremos en un proceso del que poco o nada se habla en la ciencia oficialista pero que da sólida argumentación a estos drásticos cambios de la microbiota en los distintos contextos.

Microbiota, un ecosistema vivo y adaptable

Nadie duda de que nuestra microbiota es un ecosistema íntegro, como el que podemos encontrar en cualquier zona natural de nuestro planeta. Un bosque interno, lleno de especies que se autoregulan entre sí y que, como cualquier ecosistema, tiene como foco principal la supervivencia del mismo.

Si bien a día de hoy aún no se conoce ni un 25% de todo el ecosistema llamado microbiota, sí que empieza a generarse una importante evidencia en cómo esta se regula y qué estímulos o qué impactos recibe en nuestro día a día.

De sobra es conocido que hay varios factores determinantes que condicionan la microbiota. Si nos centramos en la microbiota intestinal, el tipo de alimentación es uno de los principales, pues entre las funciones de la microbiota está el ayudarnos a degradar y digerir muchos de los nutrientes que vamos a asimilar a través de nuestro intestino (Rowland I et al, 2018). Por tanto, en función del tipo de alimentación que llevemos vamos a contar con un tipo de microorganismos u otro, pues cada familia de estos microorganismos está especializada en el metabolismo de un tipo de nutriente en concreto.

Del mismo modo, hay otros factores importantes también estudiados. En este caso el ejercicio físico también regula o modifica sustancialmente nuestra microbiota (Aya V et al 2021) viéndose incluso cambios instantáneos, es decir, una importante modificación de la microbiota intestinal de antes a después de la práctica deportiva.

Y al igual que en los anteriores casos, también se ha comprobado como desórdenes mentales o el estrés cambia radicalmente nuestra microbiota (Nikolova VL et al 2021).

Evidentemente hay otros muchos factores, como la toma de fármacos, la exposición a tóxicos o radiaciones, las intervenciones quirúrgicas… y en todos los casos mencionados, el ecosistema de nuestra microbiota se adapta según el entorno al que se exponga.

Estado de la microbiota ¿Causa o consecuencia?

Como ya es costumbre, por defecto a nivel oficialista van a pensar que entonces la microbiota es la causa de que se produzca tal o cual enfermedad y no han tardado en empezar a hablar de distintos ejes, como el archiconocido eje intestino-cerebro.

Esto es síntoma de un defecto profesional de base, donde constantemente están tratando de encontrar una razón físico-bioquímica de lo que llaman enfermedad, puesto que así pueden crear nuevos productos y fármacos para tratar la supuesta causa de la enfermedad. ¿Por qué crees que se está estudiando tanto la microbiota ahora? ¿Por un deseo de encontrar una posible causa de enfermedad? Siendo ingenuos sí, pero la realidad es que la microbiota abre un campo enorme para la generación de nuevos fármacos y productos basado en el uso de los probióticos. De ahí que tantos y tantos laboratorios estén financiando la investigación en este campo, pues de esta manera pueden obtener rentabilidad posterior.

Infectados con ese paradigma capitalista y con la creencia de que cuando se presenta lo que llaman una enfermedad, “algo debe andar mal en el organismo” ya que es un “fallo de diseño”, se enfrentan a un vasto campo de nueva información donde casi antes de descubrir cualquier relación ya están pensando en que esa misma relación es la nueva causa de la enfermedad.

Esto sumado a otra de las creencias más extendidas desde que un tal Pasteur publicase su teoría sobre los gérmenes y el contagio, que consiste en creer que hay bacterias positivas y bacterias negativas, es decir, patógenas, crea un caldo de cultivo propicio para nutrir de dinero fresco a los laboratorios, ahora ya no únicamente con antibióticos, ahora los mismos que producen antibióticos, te producen los probióticos. Todo muy lógico.

Sin embargo, los hallazgos más recientes hacen prever, para quien tiene cierto pensamiento crítico, que quizá el estado de la microbiota no sea causa si no consecuencia.

Si bien es cierto que el propio metabolismo de los tipos de bacteria que llaman patógenas pueden generar sustancias que pueden llegar a ser incluso tóxicas para nuestras células, y eso derivar en síntomas que asociamos a procesos infecciosos, este mecanismo no es, sino secundario a otros eventos anteriores. Y precisamente por esos eventos previos, las bacterias tienen que actuar para re-equilibrar el terreno celular, por lo que su actuación siempre sería secundaria a alteraciones iniciales en el entorno celular, como cuando introducimos tóxicos a través de la alimentación.

Sacando de la ecuación, por el momento, un entorno de infección – que posteriormente ya os detallaré qué ocurre en esos niveles – podemos decir que a raíz de lo observado en estudios como los referenciados anteriormente y en otros que a continuación detallaré, que la microbiota es un ente biológico en su conjunto que es hipersensible a ciertos estímulos, modificando drásticamente su composición de acuerdo a los mismo. Por ello me atrevo a decir, que si bien hay influencia en las dos direcciones, el estado de la microbiota es una consecuencia más, un signo más, y no la causa, de la inmensa mayoría de estados patológicos.

El estado de la microbiota ¿consecuencia de qué?

Lógicamente ahora te asaltará la duda más que razonable de si es consecuencia, por qué si aportamos probióticos específicos, hay importantes mejoras en muchos de los cuadros patológicos, especialmente en el campo digestivo y psicológico. En breve llegamos a ello. Permíteme primero mostrar la linealidad de eventos que da como consecuencia el cambio de la microbiota.

Como mencionamos hay muchos factores que influencian la microbiota. Se está viendo por ejemplo que en el momento en que introduces un alimento en la boca, dependiendo del tipo de nutriente, en ese preciso instante se “activan” o “se generan” las bacterias específicas encargadas de digerir o ayudar a digerir ese nutriente.

En varios estudios se está observando que mismamente el ritmo circadiano de día y noche, así como la cantidad de comidas y el tiempo entre las mismas modifican hasta prácticamente un 40% el tipo de microbiota que tenemos a nivel intestinal (Kaczmarek JL, et al. 2017). En ese mismo estudio se observa como diariamente hay una variación importante de la microbiota, incluso entre comidas, lo que muestra que nuestra microbiota no es algo fijo o estable.

Acotando un poco este enorme campo, en el estudio mencionado y en otros que valoran cambios de la microbiota en función a los ritmos circadianos (Matenchuk BA et al. 2020), nos muestran de forma genérica que hay distinta actividad y especies de bacterias durante el día que durante la noche. Y que una desregulación bien sea en los ritmos circadianos, o bien sea en la microbiota, pueden influenciarse y como consecuencia perjudicar al sueño, a las funciones digestivas o incluso a las cognitivas (Li Y, et al. 2021).

Esto nos está mostrando que existe una influencia directa y determinante de los agentes reguladores del sueño/vigilia de nuestro organismo sobre la microbiota (al menos intestinal hasta donde hoy conocemos, pero seguramente esto tenga influencia en cualquier población microbiana de nuestro organismo).

¿Y qué elementos se encargan de comunicar a todo el organismo que estamos en fase diurna o en fase nocturna? Pues como no podía ser de otro modo, el S.N. Simpático y el S.N. Parasimpático. ¿Podría ser que una desregulación en estos dos elementos de nuestro sistema nervioso, modifique drásticamente el estado de nuestra microbiota?

Sistema nervioso autónomo y microbiota

Todo apunta a que sí. Los estudios empiezan a esbozar una respuesta que ya otros autores han afirmado con anterioridad y con evidencias y estudios contundentes, aunque éstos forman parte de ese tipo de estudios de bajo interés para los laboratorios, por aquello de que las conclusiones de los experimentos no están a favor de perpetuar el uso de fármacos… ni si quiera probióticos.

Pero como sé que quien está del otro lado leyendo este texto, necesita “evidencias de verdad” no de esas evidencias no admitidas en las bases de datos ortodoxas, pues voy a argumentar todo este punto primero con ese tipo de evidencias, “las buenas” y después te digo esas evidencias “malas” que es mejor no conocer, no vaya a ser que genere un pensamiento crítico demasiado elevado que no podamos contrarrestar con ortodoxia.

Si hablamos de desregulación Simpático/parasimpático hay una condición evidente donde esto se produce: el estrés. Sabemos que el estrés continuado produce cambios fisiológicos importantes mediados por las concentraciones de cortisol en nuestro organismo, así como la acción de neurotransmisores adrenérgicos.

En varios estudios ya se está observando como el estrés crónico (inducido a modelos murinos o sin inducir) alteran notablemente la pared intestinal y produce una importante modificación de la microbiota (Deng Y, et al. 2021; Westfall S, et al. 2021; Labanski A, et al 2020; Gao X, et al. 2018), llegando incluso a ser un posible origen de un síndrome de intestino irritable o una colitis.

En una interesante revisión (Molina-Torres G, et al 2019), se concluyó que tanto en estudios pre-clínicos como clínicos se evidenciaba una relación directa entre el estrés y los cambios en la microbiota, aunque anotaban que a nivel de estudio clínico la evidencia era aún limitada. Esto empieza evidenciarse a través de estudios que nos muestra la relación directa entre neurotransmisores y microbiota. En ellos se muestra como la noradrenalina por ejemplo influye a la microbiota intestinal y viceversa, produciendo una interesante comunicación y modulación entre el sistema nervioso y la microbiota (Strandwitz P. 2018; Huang F et al 2021) en donde destaca esta interesante revisión (Dicks LMT. 2022)

Si bien aún hay mucho por conocer respecto a las vías metabólicas y la forma de influencia, es ya evidente que el sistema nervioso influye directamente sobre la microbiota y los metabolitos de esta microbiota pueden modificar algunos aspectos de producción de neurotransmisores. De aquí viene la construcción teórica del eje cerebro-intestino.

Sin embargo, por el momento, hasta que la ciencia ortodoxa amplíe su mirada más allá de la creación de nuevos fármacos, para ser certeros y específicos en este tema tenemos que remitirnos a dos investigadores proscritos, de esos que voluntariamente no se les ha dado promoción por atentar contra la estructura capital de la industria.

Wilehm Reich y sus experimentos con microorganismos.

En otros contextos como en el podcast ya he compartido información al respecto de este importante personaje en la historia de la biología. Podéis tomar de primera mano la fuente de una gran obra en forma de libro que recoge toda su trayectoria: Magna Ciencia, escrito por Artur Sala. De hecho, el autor ha dedicado un volumen entero de su obra de varios libros a todo lo que Reich aportó a la humanidad, no sólo en el campo biológico.

Lo más relevante para lo que estamos tratando en este momento son los experimentos que realizó sobre distintos microorganismos como las amebas o incluso algunas bacterias. Reich mantenía la hipótesis de que existe un púlsar de vida que se transmite a lo largo de lo que conocemos como realidad material y que en los seres vivos, sean de origen vegetal o animal producía ese mismo pulsar una fase de contracción y de expansión.

Pronto se dio cuenta de que ese pulsar era transmitido a nuestras células a través del sistema nervioso, contrayendo el simpático y expandiendo el parasimpático. Con esta hipótesis en mente comenzó a experimentar y para ello introdujo varios tipos de seres vivos, desde células vegetales procedentes del césped, hasta como decía amebas o bacterias, dentro de una solución que simula las condiciones de concentración iónica que produce el sistema simpático y el sistema parasimpático.

Corroboró rápidamente que la solución correspondiente al estímulo simpático contraía estos seres y la correspondiente al parasimpático expandía o dilataba esos organismos unicelulares. Lo realmente sorprende es lo que pasaría después de este primer experimento.

Reich comenzó a variar la concentración de iones dentro de cada solución. Cuando aumentó la concentración en la solución “simpática” comprobó algo inusual. Esa ameba que estaba en ese líquido, comenzó a contraerse fuertemente. Llegó un momento (dependiente de concentración) en la cual esa ameba implosionó en partículas minúsculas. Esas partículas minúsculas eran lo que la física llama partículas Brownianas, unidades elementales de energía. Si bien esto ya es un hallazgo impresionante, lo mejor estaba por venir.

Poco a poco fue diluyendo la solución “simpática” bajando la concentración de soluto y llegado un momento, esas partículas comenzaron a agregarse de nuevo… ¡Dando como resultado una ameba prácticamente idéntica a la inicial!

Esto mostró que dependiendo de la intensidad de estímulo simpático una ameba puede llegar incluso a desintegrarse, pero cuando este estímulo baja de intensidad nuevamente, vuelve a “generarse una ameba con las partículas brownianas”. Realmente asombroso e increíble si no fuera porque está totalmente documentado estos eventos.

En los sucesivos experimentos, Reich terminó comprobando cómo dependiendo de la concentración de la solución simpática y parasimpática, esas partículas formaban un tipo de microorganismo u otro, llegando a formar incluso una bacteria más compleja.

Este hallazgo es un antes y un después, pues nos abre la puerta a explicar la variación casi instantánea que nuestra microbiota realiza en función a los estímulos que recibe. Por si esto fuese poco, otro autor, de otra época y con el que Reich no tuvo contacto, descubrió esto mismo.

Antonie Bechamps y las microzimas

Contemporáneo a Pasteur, A. Bechamps mantenía una teoría totalmente opuesta a la que Pasteur planteó respecto a los llamados “gérmenes patógenos”. En otro momento ya profundizaremos en esto, pero A. Bechamps sostuvo y demostró, que las bacterias, incluso las llamadas negativas o patógenas, no generaban la enfermedad. Él sostenía que era el terreno celular y la condición del mismo el que daba origen a lo que entendemos como enfermedad. He aquí un extracto de su investigación que publicó en su libro “The Blood and its Third Anatomical Element”. Antoine Bechamp. 1912

“Estos microorganismos (gérmenes) se alimentan del material venenoso que encuentran en el organismo enfermo y lo preparan para su excreción. Estos pequeños organismos se derivan de organismos aún más pequeños llamados microzimas. Estas microzimas están presentes en los tejidos y en la sangre de todos los organismos vivos donde permanecen normalmente inactivos. Cuando el bienestar del cuerpo humano se ve amenazado por la presencia de material potencialmente dañino, se produce una transmutación. La microzima se transforma en una bacteria o virus que inmediatamente se pone a trabajar para eliminar el cuerpo de este material dañino. Cuando las bacterias o los virus han completado su tarea de consumir el material dañino, automáticamente vuelven a la etapa de microzimas”.

Esta afirmación es absolutamente revolucionaria, pues pone a las bacterias del lado de seres sinergistas de nuestro organismo y como ya se viene demostrando en la ciencia ortodoxa, los metabolitos secundarios del trabajo de esas bacterias son en realidad los que pueden producir los síntomas que se presentan y no la presencia de estas bacterias como Pasteur postuló.

Pero lo más importante en relación a lo que estamos hablando es que ese estado previo, la microzima, que son exactamente lo mismo que Reich encontró en sus experimentos, se transmuta automáticamente en una bacteria o microorganismo para cumplir una función determinada y cuando esta función está completada, vuelven a un estado de microzima.

Esta modificación, puede ser, – y esto aún está a nivel de hipótesis, pero de la cual estoy ampliamente convencido de que así es – esas transmutaciones que estamos observando en los estudios tan rápidas, casi instantáneas.

El hilo conductor de la microbiota

Tal como los estudios ya están mostrando aunque aún la ciencia ortodoxa no admita el mecanismo de las microzimas, se producen cambios instantáneos en nuestra microbiota. Si integramos lo que Reich y A. Bechamps descubrieron, obtenemos un hilo de oro que nos muestra una línea investigativa a seguir muy prometedora.

Nuestra microbiota cambia en función al estado del terreno, y ese estado lo podemos traducir a condición de pH, de oxidación/reducción y a los estímulos que reciba. El principal estímulo y que más potencial de modificación parece tener es el estímulo simpático/parasimpático, asociado como vimos tanto a ritmo circadiano como a condiciones de estrés (simpático) y reparación (parasimpático). Aunque es evidente que la alimentación también juega un papel determinante, al menos respecto a la microbiota intestinal.

Reich nos mostró cómo directamente el estímulo simpático, dependiente de concentración o de intensidad, puede alterar la estructura bacteriana incluso transformarla en otro microorganismo distinto.

Y si tenemos miras amplias pronto nos podemos dar cuenta de que esa regulación del simpático y parasimpático nos influye a todo nuestro organismo determinando acciones fisiológicas específicas en cada órgano.

Es por ello que es tan frecuente encontrar condiciones entendidas como patológicas de un órgano, con alteraciones importantes de la microbiota intestinal. Porque para que se de esa alteración orgánica, el metabolismo del órgano ha tenido que cambiar, es decir, el terreno, así como habrá una importante desregulación en la conexión simpático/parasimpático de ese mismo órgano. Todo ello nos determina el tipo de microorganismos que vamos a tener en dicho terreno y por tanto, el tipo de microbiota que encontramos.

Por ello me atrevo a afirmar, que si bien las sustancias generadas por las bacterias tienen influencia en la fisiología de nuestro organismo, el estado de la microbiota es mucho más consecuencia que causa de lo que llaman enfermedad.

Entonces, ¿es conveniente el uso de probióticos?

Cuando descubrí todas estas investigaciones me hice una pregunta. ¿Qué sentido tiene el trabajo terapéutico sobre la microbiota si ésta es capaz de cambiar casi instantáneamente con ciertos estímulos? ¿Hay parte de la microbiota que sea más estable y otra más variable? En próximas publicaciones iremos profundizando más en estas preguntas que de momento quedan abiertas.

Ahora responderemos la duda razonable que planteamos anteriormente. Si la microbiota depende del estado de nuestro terreno, ¿qué ganamos usando probióticos? ¿Realmente cambiamos algo cuando tomamos probióticos?

Pues resulta que hay bastante contradicción en cuanto a estudios científicos se refiere. Para muestra una revisión que analiza de forma muy interesante todos lo que se sabe hasta el momento, lo que no se sabe, y los efectos y precauciones a tener en cuenta con los probióticos (Suez J, et al 2019).

Con lo que ya acabas de leer en este artículo puedes intuir parte de las razones que llevan a esta confusión en las evidencias científicas, donde dependiendo del estudio que leas, los probióticos son muy efectivos, no son nada efectivos o incluso pueden ser perjudiciales.

¿Por qué crees que esto ocurre? Más allá de que aún queda mucho por conocer de la microbiota, es a mi parecer bastante evidente, que todo va a depender del tipo de bacteria que uses para el terreno concreto del paciente.

Si comprendemos que nuestro organismo genera las bacterias de acuerdo a la condición del terreno, y entendemos que éstas cumplen siempre funciones específicas, podemos estar en disposición de entender que, excepto en casos que no haya biodiversidad, por ejemplo, por el uso excesivo de antibióticos, ya sean farmacológicos o naturales, en todos los otros casos van a tener exactamente la microbiota que necesitan para el estado en el que la persona se encuentra.

Cuando nosotros introducimos una bacteria en forma de probiótico, lo que buscamos generalmente es aumentar la biodiversidad del organismo y con ello dotar de recursos al cuerpo para dar la respuesta adaptativa al entorno. Esta acción no busca directamente un cambio sintomático, sino más bien dotar de “obreros” a la plantilla del organismo para que puedan completar con mayor eficacia y rapidez la tarea específica que estén realizando.

Sin embargo cuando esta acción es pensada desde la alopatía, el probiótico se da como si fuese un fármaco aportando tal lactobacillus porque se ha visto que con poblaciones elevadas de dicha bacteria se reduce la depresión, la neuro inflamación o el síntoma que sea. Estas acciones conllevan como toda aplicación segmentada sus consecuencias que en ocasiones y dependiendo del estado de la persona, puede producir efectos no deseados como bacteremias.

En futuros artículos y contenidos profundizaremos en cómo usar los probióticos con lógica biológica, pues la clave está en primeramente comprender el proceso biológico que está teniendo la persona y en función de ese proceso biológico relacionar qué bacterias participan para su resolución y entonces ahí aportar específicamente esa tipología de bacterias, y no un probiótico genérico porque me han dicho que va bien.

Así mismo en la mayoría de casos es necesario antes de trabajar con probióticos aportar al organismo los recursos nutricionales y no nutricionales que necesita para su autoregulación. Por ello en muchos casos tiene mucho más efecto a nivel de microbiota un buen hábito de sueño, ejercicio y contacto con la naturaleza que actuar directamente con un probiótico.

Recuerda que el organismo “GENERA SUS PROPIAS BACTERIAS” en su interior, transformando las microzimas en microorganismos. Céntrate por tanto en que el organismo tenga la energía y recursos necesarios y después, si llegase a ser necesario, entonces introduce el probiótico específico para la función que se necesita cubrir.

De esta manera no existirá efecto secundario alguno, los probióticos serán efectivos y optimizaremos al máximo la acción que nuestro organismo esté realizando en ese momento. No te olvides que no hay que luchar contra la biología, si no acompañarla y eso es infinitamente más fácil que tratar de corregir errores de diseño imaginarios que la medicina alopática genera desde su visión segmentada del ser humano.

Roberto Gorostiaga

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